
La extraña y a la vez común tendencia humana a juzgar el cuerpo ajeno por su apariencia física, crea una serie de pautas que establecen y regulan nuestra presentación pública. Creando absurdas situaciones insanas las que se ven a diario en la proliferación masiva de metodos que corrigen nuestro cuerpo, llegando al extremo de realitys donde personas anhelan realizarse cirugías, solo para un “supuesto” embellecimiento. Nuestro cuerpo lo vemos siempre a través de la mirada del otro, para otro. Comportamientos cotidianos como vestirse y arreglarse son supuestamente para el otro, para que su mirada inquisidora no nos juzgue, actuando así de manera inconsciente por temor al rechazo. Los conceptos de belleza física son a su vez conceptos del otro: él los establece, nos supeditamos ante su poder, quedando nuestro cuerpo ante su merced, dejando de pertenecernos. Es ahí donde pongo hincapié, en la no-pertenencia, como ya deja de ser mío lo reclamo pero a la vez con asco ante él, porque significa una presencia ajena. Repudiando así al otro, en forma de repulsión ante su juicio condenatorio, rechazarme, tapar y negar mi piel, desaparecer para él, convirtiendome en un otro ficticio.
Evidenciandose así una molestia, una necesidad de caparazón, necesidad de enmascararse como invisiblidad. Un deseo de evasión del cuerpo desde el propio cuerpo.